miércoles, 20 de octubre de 2010

"Discúlpeme, no le había reconocido: he cambiado mucho"

Llamaste de noche...

Llamaste de noche, despertándome de mi insomnio, en el que tu recuerdo es mi único descanso, llamaste y simplemente tuviste que decir "Estoy sola" para sacarme de mi letargo, ponerme los pedazos de alma que encontré tirados por mi suelo y salir a tu encuentro, de nuevo a tu encuentro.

Llamaste de noche y yo respondí a tu llamado, llegue bañado en expectativas y perfumado de nostalgia al umbral de tu palacio, nuestro palacio, atravesé el rosal coronado en espinas y dudas y, tomándote entre mis brazos, escuche leves las bellas, lascivas palabras que tu boca veteada de carmín y deseo desgranaban sobre mis oídos...

Y caí, caí de nuevo en aquel pozo de tentación, me deje vencer por las obscuros tormentos del pasado y sus delicias y sentí sobre mi piel la ardiente quemadura de lo prohibido, me despojé de los trozos de moral en que llegué envestido y te despojé también de aquel ápice de recato que nos ha tenido alejados.

Rendido, totalmente rendido, veo bajar la pasión ataviada en purpura y marrón por mi pecho hasta que tus labios contactan la vida en ristre y después... todo, el estallido, las puertas del paraíso, abiertas de par en par, la danza y la música de los paganos, el evento sublime, la caricia demoniaca del exquisito concubinato...

Respondí a tu llamada y me respondí a mi mismo; sigo aquí, seguiré aquí, sentado en vilo y en vela, ataviado de tu ausencia, hasta que decidas arrancarmela de encima, de nuevo, siempre, como las breves telas de mi ropa...

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